miércoles, 22 de junio de 2011

Ensayo: Una Tendencia de la Pedagogía Crítica

Introducción

Hoy día, es común escuchar afirmar al gobierno, sindicato, maestros y sociedad en general que la educación es la clave del desarrollo. El mensaje pudiera parecernos claro a todos,  puesto que, una mejor educación significa, una mejor vida para gozar de salud, para ejercer la ciudadanía, asumir empleos bien remunerados y productivos, involucrarse en relaciones satisfactorias, consolidar un entorno social donde prive la seguridad, la corresponsabilidad, la confianza mutua y el Estado de Derecho. Pero ante ello, nos habremos de plantear el siguiente cuestionamiento: ¿Nos queda realmente claro por qué el desarrollo está determinado por la calidad educativa? y… ¿En verdad estamos dispuestos, más allá de la retórica usual, a involucrarnos para avanzar en las decisiones necesarias?, ¿Qué somos capaces de dar para lograrlo?
Siendo algo tan crucial para nuestro futuro, lo menos que se puede decir es que para la mayoría de nuestros niños y jóvenes la educación no está cumpliendo su papel de catalizador, de estrategia que pugne por  la justicia y la prosperidad y con ello, se tiende al cierre de oportunidades.
Las ideas sobre educación de José Martí y Paulo Freire responden a una concepción de mundos en  que la reflexión y la acción de ambos se insertan en una praxis en la construcción de un pensamiento crítico liberador que hace énfasis en una pedagogía crítica que no se reduce a una simple  transmisión de saber, sino a la práctica pedagógica que construye el conocimiento desde una concepción problematizadora y que tiene como referente la lectura decodificadora de la realidad.
 La educación vista como un derecho a alcanzar la plenitud propia de capacidades para la vida, lleva consigo la calidad, aquélla de la que se adolece actualmente, y de la que a falta de ella, las generaciones presentes y futuras  están condenadas a topar con una enorme barrera para actuar.
 Por eso, creo, pienso y siento que, ya basta de tomar con tibieza las cosas, es tiempo de realizar un análisis retrospectivo, y aceptar que estamos muy lejos de lo que podríamos alcanzar, pero también, que el cambio es posible y que hay suficientes elementos para confiar en que podemos desencadenarlo. La educación es algo sumamente importante como para desentendernos y dejarla a la deriva de las intenciones y capacidades de la autoridad educativa. Hay que entender que, en nuestro país  también hay gente talentosa y comprometida; lo único que nos limita frecuentemente es la falta de focalización y de estrategia, algo que es muy  común en el Sistema Educativo Mexicano.
Reconozco que para algunos va ser controversial el tema que voy a abordar, porque son cosas que no queremos escuchar y menos aceptarlo como cierto, pero es esencial escucharlo, porque es innegable y definitivo si queremos avanzar . Considero que en México tenemos un gran problema en el Sistema Educativo, en esto hay consenso, estamos todos de acuerdo, en lo que no estamos de acuerdo es en cuál es el problema que tenemos: el gobierno, la corrupción, los sindicatos, la infraestructura, el contexto social, los maestros o algo más, yo creo que ninguno de esos es el problema, no digo que no sean cosas a atender, pero no vamos a poder atender ninguna de esas cosas si no resolvemos primero el verdadero problema que tenemos.
El verdadero problema que tenemos en México es que la mayoría de los mexicanos nos asumimos como víctimas de nuestras circunstancias e históricamente siempre nos hemos asumido como víctimas, José Martí señala que la reflexión filosófica de nuestra América interpreta a una postura étnica de emancipación, punto de partida de la filosofía de la liberación latinoamericana que explica la apatía del ciudadano para romper los paradigmas.
Por lo tanto, necesitamos quitarnos la venda sobre nuestros propios ojos y reconocer que la primera brecha que tenemos que cerrar es entre intuir el problema y activarnos para resolverlo. Tal vez la brecha mayor, para tener esperanzas de que las demás se vayan cerrando, es la que se presenta entre el costo de la acción y el costo de la inacción. Un abismo las separa: hoy, la segunda es muy grave para los niños, pero de bajo impacto para los adultos. Suena difícil, ¿verdad?
¿Pero cómo suena seguir con los mismos resultados educativos y, por lo tanto, con un futuro contra la pared? Cada vez que pensemos en las dificultades de cambiar y procurar mejores resultados educativos en México, pensemos en el futuro que nos aguarda si no lo hacemos. Los intereses y las acciones de los adultos deben supeditarse al derecho de los niños a una educación de calidad y a un desarrollo pleno.

Desarrollo

Ante la evidencia de las brechas entre las altas finalidades que tiene el Sistema Educativo Nacional y sus bajos resultados actuales, y especialmente ante la evidencia de las brechas entre lo que se ofrece a algunos niños y comunidades con respecto de otros, se nos presenta de manera franca, casi a gritos, el imperativo moral de actuar.
Tenemos el imperativo moral de hacer algo, de cambiar las cosas para dejar de poner a las generaciones jóvenes de mexicanos contra la pared, de transformar las reglas y los sistemas vigentes para que las brechas se cierren. Cruzarnos de brazos, suspirar, lamentarnos… ninguna de ésas es una alternativa. Si queremos a México y si queremos un mejor México tenemos que actuar, que exigir, que cambiar, que construir el cambio que queremos ver en nuestra sociedad.
La educación en México cruza por el espacio del riesgo y la oportunidad de cambiar lo que hemos conocido durante años, es posible. La educación es algo demasiado importante como para dejarla en manos de los gobiernos, si queremos mejorar sustancialmente la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación, entonces debemos involucrarnos como sociedad. La razón es simple, el XXI será el siglo de la economía del conocimiento. Contrariamente a lo que pregonan presidentes y líderes populistas latinoamericanos, los países que avanzan no son los que venden materias primas, ni productos manufacturados básicos, sino los que producen bienes y servicios de mayor valor agregado.
Reflexionemos y actuemos, nunca es tarde para empezar a tomar acciones que nos lleven a mejorar nuestra sociedad y nuestro país. Las desafortunadas consecuencias sociales de nuestros pobres resultados educativos son evidentes: empleo insuficiente, baja remuneración y pobreza extendida; poca competitividad; inseguridad; corrupción; una democracia puramente electoral, no participativa; manipulación electorera; patrimonialismo y dependencia; abusos en materia de derechos humanos; insalubridad; inequidad, entre otros.
Lo que es peor es la cancelación de oportunidades vitales para niños y jóvenes de este país, pertenecientes a “las generaciones heridas de México”, generaciones puestas contra la pared por un sistema  que ha demostrado ser ineficaz,  en el cual sólo una minoría de cada generación cuenta con la preparación mínima indispensable para defenderse en el competitivo siglo XXI. Allí están los datos. Esto no es una opinión, es un hecho. La situación actual es indefendible, es desastrosa, es insostenible, si no hacemos algo, no componemos a México del cáncer que puede terminar por matarlo.
Actualmente, el peso del contexto social,  prevalece sobre la intervención educativa, lo que ha llevado a  la escuela a dejar de funcionar como ecualizador social y estrategia de Estado para redistribuir las oportunidades vitales de las nuevas generaciones. La escuela pública tiene precisamente su fundamento en la conciencia de que, al tener cada niña y niño el mismo derecho, se exige concentrar el esfuerzo social para que el desarrollo de capacidades signifique igualdad de oportunidades. ¿Dónde está la clave? ¿Por qué no estamos llegando? Porque en el Sistema Educativo Mexicano se desatiende o inhibe los factores que favorecen la equivalencia, y porque no se ligan procesos con resultados.
Desde mi perspectiva, las brechas no se superan por una multitud de factores que he agrupado en tres grandes rubros:  en primer lugar tenemos un problema práctico para facilitar el acceso, coordinar las políticas y orientar la relevancia. También enfrentamos un problema político, porque la compensación para los niños y jóvenes está definida por reglas de ventaja entre los adultos. Finalmente tenemos un problema cultural enorme, pues la ignorancia no culpable y la complacencia, esa ya no tan inocente, favorece una “invisibilidad” de las brechas; ya nos acostumbramos a verlas como algo normal, imbatible, objeto, si acaso, de resignación.
La baja expectativa de la sociedad en general y de algunos padres y maestros favorece un ambiente de “demanda no cualificada”: la oferta de la escuela puede ser mediocre o francamente inequitativa, pero no hay incentivos a cambiar porque no hay presión social organizada y sistemática, y los esfuerzos puntuales en ese sentido, la presión crítica y leal puede ser construida por los políticos, airadamente, como expectativas injustas, urgencias desubicadas, demandas sin suficiente conocimiento. Pedir cambio educativo en México, con energía y contundencia, se plantea para los actores tradicionales como ataque personal, agenda oculta o se desestima con algún otro expediente. Si la crítica de los actores emergentes puede “voltearse” como descalificación, se buscará aislar y desacreditar las demandas de cambio.
En mi opinión, la escuela no está condenada a ser el espejo del entorno, sino el proyecto de su transformación. Si la escuela básica se conforma con reproducir las carencias de la comunidad en la que se encuentra, las brechas no se cerrarán sino que se harán más hondas, más severas. Si, por el contrario, el sistema educativo coloca a la escuela pública en el centro, como verdadera comunidad de aprendizaje, poniéndose al servicio de las niñas y niños reales, apoyando a los maestros en su acción cotidiana e integrando a los padres en su adecuada corresponsabilidad, entonces la educación confirmará su papel como la mejor política de Estado para redistribuir las oportunidades.
Asimismo, sin escuela, las posibilidades de aprender se reducen dramáticamente, pues aunque el mundo contemporáneo se mueve cada vez más en la combinación de lo digital, lo presencial y el autoaprendizaje, nunca hay que olvidar que la escuela con jornada regular sigue siendo la columna vertebral de la sociedad del conocimiento y sus carencias se reflejan en el desarrollo de competencias para la vida de los educandos.
En “La educación como práctica de la libertad” y en “Pedagogía del Oprimido” de 1969  y 1970 respectivamente, Paulo Freire desarrolla y sistematiza una concepción pedagógica crítica liberadora enfocada en revelar una realidad cargada de injusticias y asumir caminos alternativos para construir un mundo más humano y creativo, destacando que la construcción de alternativas será posible con la participación consciente de los oprimidos para establecer una causa común para afianzar el sistema opuesto de intereses y hábito de mando de los opresores.
Por lo tanto, la igualdad de oportunidades educativas existe cuando la probabilidad de que cualquier persona pueda matricularse en una institución educativa, recibir apoyo adecuado para aprender en profundidad a niveles de excelencia y proceder al siguiente nivel educativo, es independiente de características de adscripción y de factores ajenos al esfuerzo, la habilidad y las preferencias de la persona, y, en particular, de la clase social de origen, raza, género o lugar de residencia.
Para lograr la igualdad de oportunidades educativas Reimers (2002) establece que hay cinco desafíos de difícil solución, que están interrelacionados. El primero es lograr reducir las brechas en el acceso a la educación inicial, secundaria y terciaria entre estudiantes de distinto origen social. El segundo es atender a la segregación socioeconómica de estudiantes en instituciones educativas, que hace que estos asistan a escuelas poco diversas desde el punto de vista social. Eso tiene dos efectos: por una parte, impide a los estudiantes aprender de otros con experiencias distintas a las propias, y, por otra, significa que las escuelas en las que se concentran los estudiantes con menor capital sociocultural tienen menor capacidad de influencia en el Estado para reclamar los derechos educativos de sus hijos. El tercero es fortalecer las competencias profesionales de los docentes, pues en la práctica docente se encuentra el “nudo gordiano” para apoyar el éxito académico de los estudiantes de grupos marginados. Un cuarto desafío es la insuficiencia de materiales y de programas bien estructurados que hayan probado su efectividad en apoyar altos niveles de logro con estudiantes de grupos socialmente marginados. Por fin, un quinto desafío es que mucho de lo aprendido en la escuela es poco relevante para las demandas del mundo moderno. (Reimers, 2002: 151-2)
Se trata de un proceso de inclusión educativa, cerrar la brecha es no dejar a ninguno aislado, no dejar a ninguno fuera. La verdadera inclusión educativa es que aprendan todos, que aprendan lo suficiente, que aprendan lo que necesitan para la vida social del presente y puedan seguir aprendiendo toda la vida, sólo así se podrá   cumplir con ese   derecho a una educación de calidad.
Además, todavía la interacción entre la marginación en educación y pautas más amplias de marginación opera en ambas direcciones. Ser educado es una capacidad y posibilidad humana vital que permite a las personas hacer elecciones en áreas que cuentan. Paulo Freire señala que la falta de una educación restringe las elecciones, limita el alcance que la gente tiene para influenciar decisiones que afectan su vida. Las personas con falta de habilidades lectoras y matemáticas enfrentan un riesgo acentuado de pobreza, empleo inseguro y mala salud, es imposible leer texto alguno sin poseer una comprensión crítica del contexto al cual se refiere. La pobreza y la carencia de salud, a su vez, contribuyen a la marginación en educación. Lo mismo pasa con el hecho de que los marginados tienen una débil voz en la toma de decisiones políticas que afectan sus vidas.
La mejor oportunidad para quebrar las tendencias, la mejor oportunidad para tender un puente en las brechas de logro educativo es un buen maestro. Además de ser confirmado por la experiencia de incontables grupos de niños que han sacado la cabeza fuera de las negras aguas de la postración gracias a un docente audaz, solidario y preparado, también la investigación internacional brinda elementos para considerar al maestro en este especialísimo papel de potenciador.
Hay una renovación demográfica del rezago educativo en México porque los servicios se ofrecen con procedimientos que no fueron pensados para responder a los requerimientos de esos sectores, y con agentes que no fueron preparados ni son compensados proporcionalmente a la dificultad de su tarea.
La calidad en la labor docente puede superar los demás factores asociados al aprendizaje en cuanto a intensidad y permanencia de los efectos. Por otro lado, las evidencias analizadas por una gran variedad de autores entre los que destacan Arturo de la Orden Hoz (2007), apuntan precisamente al maestro de escuela en el nivel básico como estrechador de brechas, articulador de hábitos, actitudes y destrezas que, más allá del curriculum, puedan brindar las ocasiones de emparejar el terreno y hacer posible mantener altas expectativas sobre alumnos de ambientes familiares y comunitarios empobrecidos, precarios e incluso hostiles al propio niño.
Ahora bien, la consigna de cerrar brechas que es parte de toda vocación docente verdadera, se da, en el caso de México, con un triple condicionamiento. Por un lado, la gran mayoría de los maestros son producto del sistema que quieren cambiar y arrastran carencias y ausencias de su propia formación básica.
En segundo lugar, las escuelas profesionales a las que acuden, las Normales, no son en general buenas escuelas. Son el subsistema de educación superior que por décadas ha quedado más aislado de la academia, con docentes formadores de docentes que dejaron hace mucho el aula, que desconocen los nuevos enfoques pedagógicos y que no son exigentes en términos de lo que es el parámetro a alcanzar en el nivel terciario.
En tercer lugar, los incentivos de la profesión han estado igualmente distorsionados por décadas, con gran dificultad para cerrar la brecha con el mundo contemporáneo de un profesionista que avanza por mérito propio y no como parte de una agrupación con agenda política, fuerte organización vertical y alta capacidad para decidir por el maestro en aspectos cruciales como su adscripción o promoción.
Sorprende también que las brechas en la preparación o motivación de los maestros se conviertan en reflejo de empobrecimiento; hay un gran problema de eficiencia en el gasto cuando éste se destina, de forma desproporcionada a sueldos y salarios de los maestros, y aún así lo invertido no alcanza ni a nivel personal ni a nivel estructural. De todo el gasto en educación básica, la partida de “servicios personales” es del 93%, muy arriba del 79% promedio de OCDE.
Si persiste la brecha en el maestro, en su preparación, ánimo, motivación, ¿cómo lograríamos cerrarla en los alumnos? Tristemente, por la práctica funesta de desconocer quiénes son y qué hacen los maestros de México, por el clientelismo, el “corrimiento”, es decir, la práctica extendida en la que, ante una jubilación o promoción, la vacancia no se resuelve con un joven egresado, sino con maestros experimentados que desean los beneficios ligados a escuelas céntricas, bien dotadas, etcétera, las pautas de solución no son certeras, y el rol de los docentes no abona, en el arreglo actual, ni a la equidad entre ellos ni a cerrar las brechas de sus alumnos.
La consecuencia es que a la escuela más precaria a la escuela indígena, o altamente marginada en el medio rural, o la telesecundaria típicamente llega el maestro más inexperto, que lo que quiere es marcharse de la comunidad en cuanto pueda. Incluso con años de experiencia o muchas credenciales, es bueno siempre recordar que el rezago educativo ocurre en general en el mismo salón, más que fuera de él, y que por tanto prevenirlo y evitarlo es también una meta que puede asumir el maestro frente a aula, algo que resulta vital para remontar la desventaja de los alumnos frente a sus pares de México y el mundo.

Conclusión
Yo nací en México, crecí en México y en el proceso aprendí a amarlo, lo que  no es difícil, esa entrega con la que apoyamos a los damnificados de los desastres naturales, esa pasión con la cantamos el Himno Nacional en los homenajes a nuestro lábaro patrio en cada una de las escuelas y cantábamos con corazón de niños orgullosos “más si osare un extraño enemigo… un soldado en cada hijo te dio”, considero que el peor insulto, la peor ofensa que le puedes hacer a un mexicano es ofender a su madre, es lo más sagrado que tenemos en nuestra vida.
México es nuestra madre que clama por sus hijos, nuestra madre México está siendo mancillada, ha llegado el extraño enemigo dónde está el soldado en cada hijo… Mahatma Gandi uno de los más grandes luchadores civiles de la historia dijo “Debes ser el cambio que quieres ver en el mundo”, en México hoy se buscan hombres y mujeres que amen a México y que estén dispuestos a sumarse a esta iniciativa educativa. Estamos frente a un adversario muy poderoso, pero nosotros somos muchos más, la batalla está ganada, pero hay que darla desde cada una de nuestras escuelas.
En este 2011 es una excelente ocasión para asumir que la escuela está llamada a ser el proyecto de la nación grande que queremos, aquella que inspiró a los insurgentes y a los revolucionarios al sacrificio y a la audacia, no el reflejo de sus limitaciones presentes. Recuerda maestro que la primera brecha está en nuestras mentes y nuestros corazones; las acciones de cada uno dirán si estamos realmente dispuestos a cerrarla y a generar un cambio en nuestro México. Propongámonos que en cada escuela se aprenda lo relevante, y que no sea una casualidad o un lujo que cada niño tenga un gran maestro.
No hay que olvidar que las escuelas que tienen éxito son normalmente las que apoyan el desempeño de los estudiantes que provienen de ambientes menos privilegiados. De igual manera, los países que tienen los niveles más altos de desempeño son por lo general aquellos que logran no solamente elevar la barra de aprendizaje, sino también nivelarla. Sin maestros en el nivel adecuado de desempeño sirve de muy poco contar con mejores programas compensatorios, todo suma en favor del alumno básicamente gracias a la mediación del maestro. Sin buenos maestros, no hay calidad educativa.
Por lo tanto, no sólo tenemos que cerrar la brecha entre los alumnos sino también tenemos que hacerlo con los maestros. Una revolución en la calidad de la docencia permitirá que la transformación educativa vaya más allá de resultados magros e inestables. Los grupos sociales y las  autoridades políticas tienen que reconocer con honestidad que éste es un punto que no se puede obviar, rodear o posponer.
Si queremos alcanzar la Calidad Educativa es imprescindible reconocer que el modelo magisterial actual ofrece ya poco margen para seguir siendo viable; necesitamos una gran refundación que conjunte orgánicamente la formación inicial de calidad y selección exigente para incorporarse al servicio; la evaluación periódica, obligatoria y universal con la formación continua, la profesionalización plena y una perspectiva de vida y carrera del docente mexicano más digna y atractiva como profesional y no como peón de apoyos políticos ni como operario de programas centralistas.




Bibliografía

Alvarado Arias Miguel (2007). “José Martí y Paulo Freire: aproximaciones para una lectura de la pedagogía crítica”. Revista de Investigación electrónica. REDIE. Vol. 9, Núm.1.

De la Orden, Arturo (2007). “El nuevo horizonte de la investigación pedagógica, eje para transformar la docencia”. REDIE. Vol. 5 Núm. 1.

Reimers, F. (2002). “Tres paradojas educativas en América Latina. Sobre la necesidad de ideas públicas para impulsar las oportunidades educativas” en Revista Iberoamericana de Educación No. 29, mayo-agosto 2002. Madrid: Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

domingo, 12 de junio de 2011

HOMERO Y SUS OBRAS MÁS FAMOSAS

Homero es el literato más famoso de la época arcaica, de la llamada Edad Oscura.
Poco se sabe de su vida, incluso si era un poeta o varios,  pero los griegos en mayoría lo consideraban un solo poeta, y aunque no se sabía dónde había vivido, la isla de Quíos se atribuye el haber sido cuna de este legendario vate.
Los poemas épicos homéricos son La Ilíada y La Odisea, las dos grandes epopeyas de la antigüedad griega, poemas en que aparece una sociedad de reyes y de nobles, grandes terratenientes y poseedores de numerosos rebaños, quienes llevaban una vida de esplendor y de luchas, enfrentamientos y batallas.


La Ilíada
La Ilíada consta de 24 cantos y unos 15.000 versos.
Temporalmente se la puede ubicar en el último año de la guerra de Troya, que constituye el  hecho que ambienta y da sentido al poema.
Narra la historia del héroe griego Aquiles quien es ofendido por su superior, Agamenón, y causa su retiro de la batalla.
Los griegos sufren terribles derrotas a manos de los troyanos. Patroclo se pone a la cabeza de sus tropas, pero muere en el combate, y Aquiles, presa de furia y rencor, dirige su odio hacia los troyanos, y hacia Héctor (hijo del rey Príamo), a quien derrota.

CANTO I
Peste ‑ Cólera
 Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa ira de Aquiles", nos refiere el poeta que Crises, sacerdote de Apolo, va al campamento aqueo para rescatar a su hija, que había sido hecha cautiva y adjudicada como esclava a Agamenón; éste desprecia al sacerdote, se niega a darle la hija y lo despide con amenazadoras palabras; Apolo, indignado, suscita una terrible peste en el campamento; Aquiles reúne a los guerreros en el ágora por inspiración de la diosa Hera, y, habiendo dicho al adivino Calcante que hablara sin miedo, aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que el comportamiento de Agamenón con el sacerdote Crises ha sido la causa del enojo del dios. Esta declaración irrita al rey, que pide que, si ha de devolver la esclava, se le prepare otra recompensa; y Aquiles le responde que ya se la darán cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre el caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente. La riña llega a tal punto que Aquiles desenvaina la espada y habría matado a Agamenón si no se lo hubiese impedido la diosa Atenea; entonces Aquiles insulta a Agamenón, éste se irrita y amenaza a Aquiles con quitarle la esclava Briseide, a pesar de la prudente amonestación que le dirige Néstor; se disuelve el ágora y Agamenón envía a dos heraldos a la tienda de Aquiles que se llevan a Briseide; Ulises y otros griegos se embarcan con Criseide y la devuelven a su padre; y, mientras tanto, Aquiles pide a su madre Tetis que suba al Olimpo a impetre de Zeus que conceda la victoria a los troyanos para que Agamenón comprenda la falta que ha cometido; Tetis cumple el deseo de su hijo, Zeus accede, y este hecho produce una violenta disputa entre Zeus y Hera, a quienes apacigua su hijo Hefesto; la concordia vuelve a reinar en el Olimpo y los dioses celebran un festín espléndido hasta la puesta del sol, en que se recogen en sus palacios.

 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves ‑cumplíase la voluntad de Zeus‑ desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres perecían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
 ‑¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.
 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces:
 ‑No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y aderezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.
 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:
 ‑¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:
 ‑¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños ‑pues también el sueño procede de Zeus‑, para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.
 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el mejor de los augures ‑conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo‑, y benévolo los arengó diciendo:
 ‑¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cólera de Apolo, del dios que hiere de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.
 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
 ‑Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; a quien tú, Calcante, invocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más poderoso de todos los aqueos.
 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
 ‑No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.
 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
‑¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra parte la que me había correspondido.
 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
 ‑¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.
 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará en cólera aquél a quien me llegue. Mas sobre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una negra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Criseide, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.
 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
 ‑¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues en nada se me hicieron culpables ‑no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, porque muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos separan‑, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijas en esto la atención, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola pequeña, aunque grata, después de haberme cansado en el combate. Ahora me iré a Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin honra para procurarte ganancia y riqueza.
 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
 ‑Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es grande tu fuerza, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me importa que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuánto más poderoso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.
 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pecho su corazón discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón y sacaba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmente a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, volvióse y al instante conoció a Palas Atenea, cuyos ojos centelleaban de un modo terrible. Y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras:
‑¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
‑Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obedecieres; y me envía Hera, la diosa de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos presentes. Domínate y obedécenos.
 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
 ‑Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no desobedeció la orden de Atenea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nuevamente al Atrida con injuriosas voces:
 ‑¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de ciervo! Jamás te atreviste a tomar las armas con la gente del pueblo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campamento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a decirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este cetro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá, porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (grande será para ti este juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no podrás socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a manos de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.
 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel ‑había visto perecer dos generaciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera‑, y benévolo los arengó diciendo:
 ‑¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea! Alegraríanse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un inmortal. Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo estupendo. Y yo estuve en su compañía ‑habiendo acudido desde Pilos, desde lejos, desde esa apartada tierra, porque ellos mismos me llamaron‑ y combatí según mis fuerzas. Con tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante lo cual, seguían mis consejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también vosotros obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la joven, sino déjasela, puesto que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más esforzado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más poderoso, porque reina sobre mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte antemural en el pernicioso combate.
 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
 ‑Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron belicoso, ¿le permiten por esto proferir injurias?
 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
 ‑Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se enteren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.
 Después de altercar así con encontradas razones, se levantaron y disolvieron el ágora que cerca de las naves aqueas se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar una velera nave, escogió veinte remeros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios, y, conduciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el ingenioso Ulises.
 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar hecatombes perfectas de toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose alrededor del humo.
 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agamenón no olvidó la amenaza que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y diligentes servidores:
 ‑Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, iré yo mismo a quitársela, con más gente, y todavía le será más duro.
 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los despidió. Contra su voluntad fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los mirmidones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no se alegró. Ellos se turbaron, y, habiendo hecho una reverencia, paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
 ‑¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hombres! Acercaos; pues para mí no sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos testigos ante los bienaventurados dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librarse de funestas calamidades porque él tiene el corazón poseído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo junto a las naves.
 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rompió en llanto, alejóse de los compañeros, y, sentándose a orillas del blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
 ‑¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía honrarme y no lo hace en modo alguno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar, donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas ondas como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la mano y le habló de esta manera:
 ‑¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos.
 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
 ‑Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de Eetión; la saqueamos, y el botín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises, sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, lo despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las flechas del dios volaban por todas partes en el vasto campamento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios. El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, socorre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras. Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las sombrías pubes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de Zeus, ufano de su gloria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus rodillas: quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar; para que todos disfruten de su rey y comprenda el poderoso Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.
 Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:
 ‑¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por entero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos los dioses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. Entonces acudiré a la morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré persuadirlo.
 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la mujer de bella cintura que violentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.
 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe. Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave; abatieron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la crujía, y llevaron la nave, a fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa, desembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide salió de la nave surcadora del ponto. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y, poniéndola en manos de su padre, dijo:
 ‑¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que tan deplorables males ha causado a los argivos.
 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija amada, que aquél recibió con alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido altar, laváronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos levantadas:
 ‑¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila a imperas en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, oprimiste duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los dánaos la abominable peste!
 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la rogativa y esparcida la mola, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; en seguida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas, y, dividiendo lo restante en pedazos muy pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el banquete, comieron, y nadie careció de su respectiva porción. Cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, los mancebos coronaron de vino las crateras y lo distribuyeron a todos los presentes después de haber ofrecido en copas las primicias. Y durante todo el día los aqueos aplacaron al dios con el canto, entonando un hermoso peán a Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el corazón complacido.
 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmieron cerca de las amarras de la nave. Mas, así que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, hiciéronse a la mar para volver al espacioso campamento aqueo, y Apolo, el que hiere de lejos, les envió próspero viento. Izaron el mástil, descogieron las velas, que hinchó el viento, y las purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Una vez llegados al vasto campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sierra firme y la pusieron en alto sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos. Y luego se dispersaron por las tiendas y los bajeles.
 El hijo de Peleo y descendiente de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros, seguía irritado en las veleras naves, y ni frecuentaba el ágora donde los varones cobran fama, ni cooperaba a la guerra; sino que consumía su corazón, permaneciendo en las naves, y echaba de menos la gritería y el combate.
 Cuando, después de aquel día, apareció la duodécima aurora, los sempiternos dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis no olvidó entonces el encargo de su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al gran cielo y al Olimpo, y halló al largo vidente Cronida sentado aparte de los demás dioses en la más alta de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas con la mano izquierda, tocóle la barba con la derecha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cronión:
 ‑¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras a obras, cúmpleme este voto: Honra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres, Agamenón, lo ha ultrajado, arrebatándole la recompensa que todavía retiene. Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos den satisfacción a mi hijo y lo colmen de honores.
 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un buen rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de nuevo:
 ‑Prométemelo claramente, asintiendo, o niégamelo ‑pues en ti no cabe el temor‑ para que sepa cuán despreciada soy entre todas las deidades.
 Zeus, que amontona las nubes, díjole afligidísimo:
‑¡Funestas acciones! Pues harás que me malquiste con Hera, cuando me zahiera con injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no sea que Hera advierta algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal de asentimiento para que tengas confianza. Éste es el signo más seguro, irrevocable y veraz para los inmortales; y no deja de efectuarse aquello a que asiento con la cabeza.
 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los divinos cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal, y a su influjo estremecióse el dilatado Olimpo.
 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al profundo mar desde el resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver a su padre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro. Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento injuriosas palabras a Zeus Cronida:
 ‑¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado contigo? Siempre te es grato, cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado decirme una sola palabra de lo que acuerdas.
 Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
 ‑¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun siendo mi esposa. Lo que pueda decirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú; pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo preguntes ni procures averiguarlo.
 Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de novilla:
 ‑¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas ahora mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar. A amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas.
 Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
 ‑¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No sea que no te valgan cuantos dioses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga encima mis invictas manos.
 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje, sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto, el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos brazos:
 ‑Funesto a insoportable será lo que ocurra, si vosotros disputáis así por los mortales y promovéis alborotos entre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio, que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín. Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asiento... nos aventaja mucho en poder. Pero halágalo con palabras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre, diciendo:
 ‑Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afligida; que a ti, tan querida, no lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olímpico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la copa que su hijo le presentaba. Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados dioses viendo con qué afán los servía en el palacio.
 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el festín; y nadie careció de su respectiva porción, ni faltó la hermosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda voz cantaban alternando.
 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a sus respectivos palacios, que había construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con sabia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la de áureo trono.
LA ODISEA
La Odisea (en griego: Ὀδύσσεια, Ódýsseia) es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Se cree que fue escrito en el siglo VIII a. C., en los asentamientos que Grecia tenía en la costa oeste del Asia Menor (actual Turquía asiática). Según otros autores, la Odisea se completa en el siglo VII a. C. a partir de poemas que sólo describían partes de la obra actual. Fue originalmente escrita en lo que se ha llamado dialecto homérico. Narra la vuelta a casa del héroe griego Odiseo (Ulises en latín) tras la Guerra de Troya. Odiseo tarda diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde poseía el título de rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope han de tolerar en su palacio a los pretendientes que buscan desposarla (pues ya creían muerto a Odiseo), al mismo tiempo que consumen los bienes de la familia.
La mejor arma de Odiseo es su mētis o astucia. Gracias a su inteligencia —además de la ayuda provista por Palas Atenea, hija de Zeus Cronida— es capaz de escapar de los continuos problemas a los que ha de enfrentarse por designio de los dioses. Para esto, planea diversas artimañas, bien sean físicas —como pueden serlo disfraces— o con audaces y engañosos discursos de los que se vale para conseguir sus objetivos.
El poema es, junto a la Ilíada, uno de los primeros textos de la épica grecolatina y por tanto de la literatura occidental. Se cree que el poema original fue transmitido por vía oral durante siglos por aedos que recitaban el poema de memoria, alterándolo consciente o inconscientemente. Era transmitida en dialectos de la Antigua Grecia. Ya en el siglo IX a. C., con la reciente aparición del alfabeto, tanto la Odisea como la Ilíada pudieron ser las primeras obras en ser transcritas, aunque la mayoría de la crítica se inclina por datarlas en el siglo VIII a. C. El texto homérico más antiguo que conocemos es la versión de Aristarco de Samotracia (siglo II a. C.).